Comunicado sobre Egipto por Camilo de los Milagros
La Insurrección Egipcia
Hasta que entendimos Por Qué precisamente el sucio régimen del torturador Mubarak era el segundo receptor de dólares y armas – después de Israel – provenientes de la ultrademocracia genocida del Tío Sam: Mubarak y su entable de represión sostenían el resquebrajado equilibrio político del Magreb y el Medio Oriente como una raíz profunda (digamos, de 30 años de profundidad) sostiene un enredado árbol con muchas ramas.
La caída de Mubarak suponía pues el comienzo del huracán de rebeldía que vemos ahora en todo el Oriente. Si la revolución iniciada en Túnez no hubiese pasado a Egipto, muy probablemente no habría dejado de ser un acontecimiento local. Y haber pasado a Egipto con las consecuencias que ha tenido conjetura el comienzo de una vieja pesadilla para el Imperio Norteamericano, y en general para la “civilización” occidental: el Panarabismo y el despertar del sueño de una gran nación -que serían las naciones y pueblos árabes- tasajeada entre dos continentes y unas decenas de países que entre otras cosas tienen un pasado común, una cultura compartida, una lengua franca común, una religión mayoritariamente común, más de cien millones de hombres y mujeres morenos comúnmente pobres y – ¡lo más importante coño! – otros varios cientos de millones de barriles de petróleo enterrados bajo su territorio árido.
Egipto, donde nació justamente el nacionalismo árabe contemporáneo en la figura de Nasser a mediados del siglo XX con el deseo de unir a todos los pueblos que hablan la lengua del profeta, era importante además por ser el país árabe más poblado y el único “aliado natural” del enclave Israelí, que contrario a lo que se cree, no pasa de ser una simple base militar armada hasta los dientes, un perro de presa. El papel político y diplomático que EU no podía ejercer, por obvias razones, a través de su súbdito Israel, lo ejercía en la región el sátrapa lacayo Mubarak.
Tal efecto dominó, en el que las masas literalmente explotan por millones movidas bajo un impulso desconocido incendiando una región geográficamente más grande que Europa, sólo puede explicarse con la mezcla de tres coincidencias (¿Acaso existen las coincidencias en la historia?) que pueblan las naciones Árabes: 1- la permanencia de regímenes políticos anquilosados, represivos y dictatoriales que se subastan a las grandes potencias desde la guerra fría, a menudo intrincados en privilegios de castas, familias reales y reducidas oligarquías casi siempre ligadas al petróleo; 2- El impacto que la crisis económica europea ha tenido en las alzas de los alimentos y la caída de remesas enviadas por los inmigrantes, situación que golpea directamente las muchedumbres de desempleados y pobres del cada vez más miserable y arruinado Magreb, 3- Las maquinaciones, intrigas y trapicheos de las grandes potencias Europeas y EU para desestabilizar regimenes "hostiles", apoyar sectores políticos leales y adueñarse de zonas estratégicas (v.gr. el Oriente de Libia y su infraestructura petrolera). En otras palabras, mientras los millones de pobres sirven de mampara, los amos del Capital pescan en Río Revuelto.
Para mencionar únicamente un caso de la pauperización del Magreb, El Cairo, esa ciudad mágica de las Mil y Una Noches y de las historias de Naguib Mahfuz, aparece en el ranking que Mike Davis hace de las urbes más pobladas y degradadas del mundo con un arrabal de algunos millones de habitantes llamado Ciudad de los Muertos, donde muchas familias viven de vender sus órganos a extranjeros, en tugurios sin servicios básicos ni agua en un país absolutamente desértico. Cómo debe presumir el lector, figurar en la clasificación de Davis es una vergüenza mayúscula, en la que también aparecen otras superpobladas ciudades miserables como Port au Prince, Kinshasa o Bombay; catálogo mundial de la pobreza y la degradación.
¿Dónde irá a parar todo este terremoto de insurrección? Muy difícil predecirlo, lo único que podemos decir es lo evidente: aunque por años o décadas las ruedas de la historia parezcan quietas y enmohecidas, la crisis incubada termina por reventar; los que sembraron vientos acaban cosechando tarde o temprano sus tempestades. Obama, como un monigote estólido, ha quedado prácticamente minusválido las primeras semanas repartiendo mentecatas e hipócritas ruedas de prensa, ante una crisis que rebasó en pocos días su capacidad de acción: cosecha los frutos del odio y la humillación que su país siembra brutalmente desde hace un siglo en el Oriente Próximo.
Bien, las casualidades no existen dice un paranoico personaje de Sábato. No será asimismo casual que la misma clasificación de la miseria en la que Mike Davis incluye El Cairo tenga dos ilustres urbes Colombianas; tampoco es pura casualidad que después del régimen de Mubarak la democracia “más estable” de Latinoamérica con sus tres cordilleras, sus dos océanos y sus crueles paramilitares sea la tercera receptora de “ayudas” militares del Tío Sam, lo que le valió el remoquete de "Israel Latinoamericano".
Tampoco será casualidad que el posible derrumbamiento del represivo Estado Colombiano pueda marcar – como en Egipto – el comienzo del fin del dominio Norteamericano sobre nuestro continente.
La caída de Mubarak suponía pues el comienzo del huracán de rebeldía que vemos ahora en todo el Oriente. Si la revolución iniciada en Túnez no hubiese pasado a Egipto, muy probablemente no habría dejado de ser un acontecimiento local. Y haber pasado a Egipto con las consecuencias que ha tenido conjetura el comienzo de una vieja pesadilla para el Imperio Norteamericano, y en general para la “civilización” occidental: el Panarabismo y el despertar del sueño de una gran nación -que serían las naciones y pueblos árabes- tasajeada entre dos continentes y unas decenas de países que entre otras cosas tienen un pasado común, una cultura compartida, una lengua franca común, una religión mayoritariamente común, más de cien millones de hombres y mujeres morenos comúnmente pobres y – ¡lo más importante coño! – otros varios cientos de millones de barriles de petróleo enterrados bajo su territorio árido.
Egipto, donde nació justamente el nacionalismo árabe contemporáneo en la figura de Nasser a mediados del siglo XX con el deseo de unir a todos los pueblos que hablan la lengua del profeta, era importante además por ser el país árabe más poblado y el único “aliado natural” del enclave Israelí, que contrario a lo que se cree, no pasa de ser una simple base militar armada hasta los dientes, un perro de presa. El papel político y diplomático que EU no podía ejercer, por obvias razones, a través de su súbdito Israel, lo ejercía en la región el sátrapa lacayo Mubarak.
Tal efecto dominó, en el que las masas literalmente explotan por millones movidas bajo un impulso desconocido incendiando una región geográficamente más grande que Europa, sólo puede explicarse con la mezcla de tres coincidencias (¿Acaso existen las coincidencias en la historia?) que pueblan las naciones Árabes: 1- la permanencia de regímenes políticos anquilosados, represivos y dictatoriales que se subastan a las grandes potencias desde la guerra fría, a menudo intrincados en privilegios de castas, familias reales y reducidas oligarquías casi siempre ligadas al petróleo; 2- El impacto que la crisis económica europea ha tenido en las alzas de los alimentos y la caída de remesas enviadas por los inmigrantes, situación que golpea directamente las muchedumbres de desempleados y pobres del cada vez más miserable y arruinado Magreb, 3- Las maquinaciones, intrigas y trapicheos de las grandes potencias Europeas y EU para desestabilizar regimenes "hostiles", apoyar sectores políticos leales y adueñarse de zonas estratégicas (v.gr. el Oriente de Libia y su infraestructura petrolera). En otras palabras, mientras los millones de pobres sirven de mampara, los amos del Capital pescan en Río Revuelto.
Para mencionar únicamente un caso de la pauperización del Magreb, El Cairo, esa ciudad mágica de las Mil y Una Noches y de las historias de Naguib Mahfuz, aparece en el ranking que Mike Davis hace de las urbes más pobladas y degradadas del mundo con un arrabal de algunos millones de habitantes llamado Ciudad de los Muertos, donde muchas familias viven de vender sus órganos a extranjeros, en tugurios sin servicios básicos ni agua en un país absolutamente desértico. Cómo debe presumir el lector, figurar en la clasificación de Davis es una vergüenza mayúscula, en la que también aparecen otras superpobladas ciudades miserables como Port au Prince, Kinshasa o Bombay; catálogo mundial de la pobreza y la degradación.
¿Dónde irá a parar todo este terremoto de insurrección? Muy difícil predecirlo, lo único que podemos decir es lo evidente: aunque por años o décadas las ruedas de la historia parezcan quietas y enmohecidas, la crisis incubada termina por reventar; los que sembraron vientos acaban cosechando tarde o temprano sus tempestades. Obama, como un monigote estólido, ha quedado prácticamente minusválido las primeras semanas repartiendo mentecatas e hipócritas ruedas de prensa, ante una crisis que rebasó en pocos días su capacidad de acción: cosecha los frutos del odio y la humillación que su país siembra brutalmente desde hace un siglo en el Oriente Próximo.
Bien, las casualidades no existen dice un paranoico personaje de Sábato. No será asimismo casual que la misma clasificación de la miseria en la que Mike Davis incluye El Cairo tenga dos ilustres urbes Colombianas; tampoco es pura casualidad que después del régimen de Mubarak la democracia “más estable” de Latinoamérica con sus tres cordilleras, sus dos océanos y sus crueles paramilitares sea la tercera receptora de “ayudas” militares del Tío Sam, lo que le valió el remoquete de "Israel Latinoamericano".
Tampoco será casualidad que el posible derrumbamiento del represivo Estado Colombiano pueda marcar – como en Egipto – el comienzo del fin del dominio Norteamericano sobre nuestro continente.
Nota: No avizorar la peculiaridad entre la generalidad sería cometer un error de pupilo; un crítico nos hacía notar como buena parte del Magreb está habitado por "Bereberes" o tribus Amazigh y beduinas que no se recnonocen cómo Árabes ni hablan la lengua de Mahoma. Igual sucede en otras regiones del Oriente Próximo. Sin embargo en medio de las diferencias, las similitudes de los pueblos Árabes hacen de ellos un conglomerado cultural uniforme, base para un nacionalismo extendido como el de los Latinoamericanos, o el fallido Panafricanismo. No debe confundirse -aunque tenga hondas relaciones y similitudes- con el retrógrado integrismo islámico-musulman, proyecto político-ideológico más amplio que busca unificar a todos los creyentes en la fe musulmana, sean árabes o no.
Camilo de los Milagros
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