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Un estudiante ha muerto y ha muerto herido por la espalda

Con desordenadas trifulcas en la Universidad de Antioquia y en las calles de Neiva, se conmemoraba el 8 y 9 de Junio, día del estudiante caído. Esta fecha es una más de las muchas afrentas históricas que tiene el siglo XX colombiano. Pero su origen, que en apariencia se revela como una casualidad histórica, da bastantes pistas de un elemento crucial en el movimiento estudiantil colombiano: la continuidad y la ruptura. Todo y nada en la historia sucede por azar.

El primer estudiante caído fue Gonzalo Bravo Pérez, miembro de una familia acomodada conservadora, que participaba de las protestas contra la “rosca” bogotana en 1929, contra Abadía Méndez y la hegemonía conservadora, protestas que además denunciaron en toda la nación la reciente masacre de las bananeras y rechazaron la injerencia imperialista extranjera.

La coincidencia se produce 25 años más tarde, cuando después de una procesión a la tumba del legendario Gonzalo, los estudiantes de la Universidad Nacional son hostigados por policías del régimen de Rojas Pinilla y uno cae muerto: Uriel Gutiérrez, “nuestro Uriel” como lo llamaba el periódico de la UN hace unos años. La marcha de rechazo convocada para el día siguiente se empantana, se agita y a pesar de ser multitudinaria, acaba en un tiroteo en el que el Batallón Colombia, esa horda de matones recién llegados de la guerra de Corea, asesina y hiere a varias decenas de estudiantes. 8 y 9 de junio, de 1929 y de 1954, por el edificio de City TV en Bogotá se encuentra una placa que conmemora las masacres. Mi abuelo, que no era ningún petimetre y no decía mentiras, contradice la versión del profesor Santandereano Álvaro Acevedo Tarazona, derechista ultra reaccionario, quien se empeña en demostrar que la matanza fue un mito, en un libro sobre la historia del movimiento estudiantil. “El batallón Colombia venía sediento de sangre” recordaba el abuelo, quien participó en la movilización y logró esconderse en un café cercano.

No fue un mito; semeja una casualidad, a pesar de que las coincidencias históricas más bien deberían llamarse tendencias. La continuidad de movimientos, revueltas, organizaciones y conflictos estudiantiles a lo largo y ancho de América latina durante el siglo XX dan cuenta de ello. Colombia no ha sido la excepción, y las matanzas de estudiantes tampoco: después de la muerte de Uriel y de los sucesos del 54 se han sumado los numerosos muertos de los 70 (como Guillermo Tejada “26 de febrero, no lo olvides compañero”) y los 80 con sus desaparecidos y torturados. Nombres, fechas y sucesos de la historia negra del movimiento estudiantil colombiano. Dentro de los más aberrantes y recientes están el caso Jhonny Silva en la Universidad del Valle, la persecución paramilitar y estatal contra el movimiento universitario en la Universidad del Atlántico, la persecución y asesinato de estudiantes en Antioquia (cuya víctima más conocida fue Gustavo Marulanda, 30 de enero de 1999) y el acoso policial contra las universidades Bogotanas. El abuelo marchó cuando mataron a Uriel Gutiérrez en 1954 y el nieto tuvo que volver a marchar medio siglo después cuando mataron a Jhonny Silva. ¿Qué es eso sino continuidad?

La continuidad se expresa en el movimiento estudiantil de forma cíclica y por oleadas: épocas de subversión e insurrección que se recubren de las ideologías, luchas, máscaras de su tiempo. En los años 20 fue la lucha por la Reforma Universitaria, de la que fueron hijos los primeros marxistas Latinoamericanos como José Carlos Mariátegui o Aníbal Ponce, o los populistas y nacionalistas como Jorge Eliecer Gaitán y Haya de la Torre. La mitad del siglo fue el despertar del nacionalismo Latinoamericano que luego desembocó en el Boom y luego en la izquierda, aunque en Colombia el movimiento estudiantil todavía seguía enfangado entre liberales y conservadores. De allí surgen figuras como Fidel Castro, Camilo Torres o el Ché Guevara, pero la oleada más fuerte fue la que inició en los 60 y que en nuestro país llevó al famoso paro nacional universitario de 1971: el movimiento estudiantil dejó de lado a liberales y conservadores para mirar lo que pasaba en el mundo (y vaya que pasaban cosas: la revolución cubana, la china socialista, las guerrillas del tercer mundo, las revueltas estudiantiles en Europa y México) haciéndose una pregunta que bien nos cabría hoy: ¿Reforma o Revolución? Los 80 fueron una continuidad y fragmentación de todo esto, donde las guerrillas sacaron su mejor tajada. Los 90 son la disolución completa, la pérdida de perspectivas, el inicio de una causa fallida antes de nacer por su estrechez de miras: la pelea contra la privatización.

Si ha habido continuidad es en medio de la ruptura, es así como cada generación de estudiantes es muy distinta de la anterior aun cuando grite las mismas consignas o conmemoré las mismas fechas. Se ha pasado de los discursos incendiarios y proféticos que dio el joven abogado Jorge Eliécer Gaitán en los sucesos de 1929 (“ay del día que ese mismo pueblo –el bogotano- aguijoneado, afrentado por las diarias conculcaciones de sus derechos, sacuda el yugo que se le quiere imponer (1)”) al lenguaje turbio de las papas bombas, al graffiti hermoso y agresivo, a las líricas proclamas posmodernas de los encapuchados plagadas de errores ortográficos.

La ruptura implica además que los horizontes y metas del estudiantado se han abierto o cerrado de acuerdo a la época y siempre han sido diferentes a pesar de las similitudes. La época actual parece ser una de las más mediocres, con metas y aspiraciones tan precarias como mendigar al establo parlamentario una partida presupuestal que “desahogue” la situación financiera de las Universidades Públicas.

Como ejemplo de la continuidad, sintomática y aparencial, están las matanzas de estudiantes, que no cesan, y la militarización de las universidades convertidas en campos de batalla desde los años ochenta, aunque sabemos que en 1954 lo primero que hizo la dictadura de Rojas fue enviar patrullas militares a la universidad el 8 de Junio.

Como ejemplo de la ruptura tenemos que usualmente los líderes estudiantiles se enfrentan contra los rectores y políticos que varias décadas antes fueron a su vez miembros del movimiento estudiantil en las mismas universidades: Marco Palacios, Antanas Mockus, Luis Enrique Arango, Germán Arciniegas o Carlos Lleras Restrepo, este último líder de los círculos estudiantiles que propugnaron la Reforma Universitaria empezando el siglo XX y luego vituperado y odiado por los estudiantes radicales durante los años 70. Así, el movimiento estudiantil usualmente ha creado sus mártires, sus inspiradores y también sus verdugos.

Cada continuidad, cada oleada de luchas estudiantiles, rompe con los modelos, métodos y esquemas de lucha de las generaciones anteriores. Para hace apenas unos años utilizar a Michael Jackson en una protesta era una herejía. Y seguramente será algo ridículo dentro de algún tiempo.

Las oleadas del movimiento estudiantil han coincidido con oleadas del movimiento de la sociedad, y son fuertemente afectadas por los sucesos de su tiempo. Las universidades son uno de los conglomerados sociales más sensibles a las coyunturas históricas, y aunque todos los gobiernos del país han intentado de una u otra forma cooptar o desarticular el movimiento estudiantil, este aparece y reaparece con una testarudez increíble, a pesar de las amenazas, las matanzas y las derrotas, que también son continuas y testarudas.

Y sigue reapareciendo, después de las interminables reformas educativas que hicieron de nuestro sistema educativo, que a principios del siglo se ahogaba en la escolástica y el provincialismo, un complejo modelo con más de 40 centros estatales de educación superior y una considerable masa de estudiantes, profesores y trabajadores que entran al siglo XXI en una crisis generalizada de la academia. Esas reformas educativas campearon sobre la sangre de todos los caídos del movimiento estudiantil, tuvieron su precio y llevan, por decirlo así, sus muertos encima.

La pregunta clave hoy, 9 de junio del 2010, es cuál será la ruptura que debe hacer el movimiento estudiantil con su lucha anti-privatización de los últimos años. La respuesta parece obvia, pues los problemas y necesidades del país van mucho más allá de revivir el modelo educativo y social benefactor keynesiano, ese imposible capitalismo con rostro humano, que prometieron a nuestros padres y por el que se lamentan algunos grupos estudiantiles que convirtieron la universidad publica en una suerte de dogma, un paraíso que no debemos perder a toda costa.

Mientras definimos eso seguiremos gritando, igual que el 9 de junio de 1929 durante el entierro de Gonzalo Bravo: “un estudiante ha muerto y ha muerto herido por la espalda, Gonzalo Bravo Pérez, Mártir del Movimiento Estudiantil… ¡PESENTE!”

8 y 9 de Junio, día del Estudiante Caído, aunque en la Universidad del Valle una enorme pintada le diera una connotación más profunda y compleja: Día del estudiante revolucionario.

No lo olvides, compañer@.



[1] El Fígaro, 7 de Junio de 1929, Bogotá.


Mensaje enviado por "Camilo de los Milagros".

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