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CARTA ABIERTA SOBRE LA “CALIDAD” DE LA DOCENCIA UNIVERSITARIA

Pereira, 17 de mayo de 2011

CARTA ABIERTA SOBRE LA “CALIDAD” DE LA DOCENCIA UNIVERSITARIA


LA UNIVERSIDAD COLOMBIANA parece vivir en la Edad Media. Entonces, alrededor del siglo XIII, los profesores llegaban al aula con un corpus de conocimientos previamente definido y virtualmente incuestionable. Pero había algo peor aún: el motivo por el que esos conocimientos se consideraban incuestionables no era la validez de los argumentos que los sustentaban, sino el principio de autoridad académica. Carl Sagan, en su libro El mundo y sus demonios, ya nos advirtió de los peligros que supone el hecho de que se repita un escenario donde el principio de autoridad académica esté por encima de la validez de las pruebas mismas. No obstante, el fenómeno parece repetirse como en un ciclo de eterno retorno.

La Universidad Tecnológica en particular parece ser víctima de este cruel regreso a la academia medieval y del siglo XIX, incluyendo serios lastres de pedagogía lancasteriana. Algunos docentes (no todos, claro está) creen que el hecho de refutar un argumento significa un menosprecio académico hacia ellos o un ataque personal. No entienden la Academia como lugar para el desarrollo científico a través del debate y la contrastación de pruebas y argumentos, sino que se basan en el número de títulos de maestría o doctorado que tienen para afirmar la validez de sus ideas. En pleno siglo XXI y después de la Reforma universitaria de Córdoba, Argentina, en el siglo XX, los miembros de la comunidad académica deberíamos saber que un Ph.D. no confiere destrezas pedagógicas como por arte de magia y que el número de artículos “indexados” en revistas especializadas no cualifica a una persona para enseñar, cualquiera que sea el área del conocimiento de que se trate.

Personalmente, me gustaría saber (que me lo digan oficialmente) porqué persiste en las universidades de nuestro país una actitud de consideración hacia ciertos profesores como si fueran (lo digo con todo respeto) “vacas sagradas”. Esa comparación, por irreverente que suene, cabe perfectamente dentro de una descripción adecuada del ambiente académico que vivimos los estudiantes en la actualidad. Algunos profesores exigen, por ejemplo, la entrega puntual de trabajos escritos, informes y otras tareas académicas. Pero esos mismos profesores pueden demorarse todo el tiempo que quieran, por fuera de los plazos fijados por el reglamento, para entregar las notas. U ofrecen clases de una pobreza académica increíble, pero en los parciales y trabajos demandan la calidad de un trabajo hecho por Einstein, Böhr, Shakespeare, Cervantes o García Márquez. Se da el caso de estudiantes que sufren la irresponsabilidad de asesores de tesis que nunca están en sus oficinas, o si están siempre se encuentran ocupados, o incumplen las citas para asesoría académica. Peor aún, a veces, “se les embolata” el material que uno les ha entregado para revisión (¿cómo es posible que se valore tan poco el trabajo de un estudiante como para “perderlo” sin más ni más). Esto último fue lo que me llevó a solicitar un cambio de asesor para mi trabajo de grado, el cual fue negado por el Comité Curricular de mi carrera. Me vi forzado entonces a cancelar la asignatura y pensar en un cambio de tema para la tesis, pero cuando hice las consultas correspondientes, resultó que el irrespetuoso no era el profesor, sino yo.

¿Por qué no se practica una visión recíproca del respeto? ¿Por qué el estudiante debe guardarle respeto al profesor, pero éste no se siente en la misma obligación de respetar el tiempo y dedicación del estudiante? ¿Y por qué cuando el estudiante hace reclamos justos y respetuosos, incluso ajustados a la Constitución y a la ley, es visto como un irrespetuoso que no tiene miramientos para con la jerarquía y estatus del docente? Demando, y creo que el derecho me asiste, respuesta a las preguntas e inquietudes planteadas en esta carta.


Daniel Jiménez Cardona

Estudiante Licenciatura en Español y Literatura

Universidad Tecnológica de Pereira

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